0
Your Cart

Día 1 en Roma

El 1 de mayo llegamos a Roma, luego de tener un tranquilo vuelo de 2 horas. No hicimos mucho el primer día. Encontrar el hotel fue una odisea y estábamos tan estresados (nos habíamos levantado muy temprano en Londres) que decidimos dormir lo que quedaba del día y levantarnos sólo para cenar.

Cuando bajamos del avión tuvimos que tomar un micro para que nos llevara de la pista al aeropuerto propiamente dicho. Había 2 micros y no sabíamos cuál tomar porque no había un solo cartel (especies en extinción en este país). Pero enseguida supimos cuál: un muy fuerte e italiano bocinazo de parte del conductor (que habrá visto nuestra cara de desorientados) nos hizo saber que debíamos abordar el suyo.

Subimos y después de los trámites pertinentes y de buscar las valijas, tomamos el tren que nos llevó a una estación terminal donde tomamos otro que nos dejó en las inmediaciones del hotel.

Decía que encontrar el hotel fue una odisea porque llegamos a una estación donde nos bajamos solamente nosotros dos y no había cartel o nada que señalara dónde estábamos, salvo el nombre de la estación. Los ascensores no funcionaban (era una plataforma al aire libre) y no había ningún otro resto de civilización excepto las autopistas y rutas que había a la salida donde por supuesto tampoco había parada de autobús alguno. De todas formas, qué falta hacía, si los colectivos que veíamos pasar decían todos “DEPOSITO”. Es que claro, era feriado.

Seguimos caminando al costado de la ruta hasta por fin encontrar una calle principal donde ya vimos seres humanos por todos lados, colectivos, paradas, etc. Un alivio!

Al otro día, sí, Roma total! Lo primero que visitamos fue la Fontana di Trevi. Verla aparecer ante nosotros fue sentir que verdaderamente había llegado a Roma. Obviamente, tiramos nuestras sendas moneditas. Ale no sabía que había que pedir un deseo y yo ni me acuerdo qué pedí!

Ya para ese entonces había comenzado a llover finito, molestaba y menos mal que había llevado paraguas. Pensar que nos habían dicho que estaba haciendo mucho calor en Roma…

Seguimos paseando un poco pero tuvimos que guarecernos en una galería porque ya se había largado como si fuese el último día. Pero al rato paró y salió un sol hermoso.

Seguimos paseando, siguiendo un itinerario a pie que sugería nuestra guía (me refiero al libro que compramos).

Vimos muchos edificios y obeliscos egipcios (que traían los antiguos romanos después de sus varias conquistas) y luego el Panteón, una catedral hermosa.

La cúpula tenía un perfecto aunque enorme agujero (construido a propósito) para que pase el sol. Previendo la lluvia, hay 22 agujeros hechos en el piso por donde drena el agua.

Dentro de esta iglesia están los restos de Rafael y de Vittorio Emanuele II, padre de la patria.

Frente a otra plaza donde hay una estatua de un elefantito sosteniendo un obelisco sobre su lomo, se encuentra el Gran Hotel de la Minerve, que puede pasar desapercibido para cualquiera menos para un argentino, chileno o peruano: al costado de la entrada hay una placa de mármol que evoca que en febrero de 1846 San Martín se alojó allí.

Luego fuimos a otra catedral llamada Santa María Sopra Minerva donde hay una estatua de Cristo esculpida por Miguel Ángel. Hay un cartel que señala esto y que el “taparrabos” de bronce fue agregado posteriormente.

Los cielorrasos están todos pintados con vivos colores, quien sepa de arte sabrá apreciarlos más, lo único que puedo decir es que eran preciosos y no alcanzan los ojos para ver tanta belleza, y eso que esta catedral no es una de las más conocidas por el arte que resguarda.

Seguimos recorriendo las callecitas, tan angostas y tan pintorescas, donde inesperadamente uno se puede encontrar con una pequeña plaza donde domina una fuente, donde puede haber un mercado, y así y todo, donde también hay tráfico! Hay que tener mucho cuidado, los autos, las motitos y los colectivos aparecen por todos lados!

Llegamos a un lugar que nos llenaba de curiosidad por el nombre mismo: “Teatro Argentina” (según la guía, el teatro más importante de Roma) y la “Torre Argentina”. Ya me imaginaba yo algún acto gubernamental hecho luego de la segunda guerra, nombrando a alguna torre con el nombre de nuestro país en agradecimiento a cuánto el gobierno italiano fue ayudado con víveres, cómo Argentina recibió tantos inmigrantes, etc… Pues no, el globo de mi imaginación se pinchó cuando una guía (esta vez humana) nos contó que la torre se llama “Argentina” porque en la Edad Media un señor feudal germano construyó en ese sitio un castillo con esa torre. Y si mal no recuerdo es porque tenía minas de plata, es por eso que se empezó a conocer el lugar como “Torre Argentina” y la calle (Largo di Torre Argentina) y el teatro se llaman de esa forma por estar cercanos a esa torre.

Esta torre se encuentra al costado de una plaza donde hay ruinas de muchos santuarios de la época romana antigua y donde está marcado con una piedra, el lugar exacto donde fue asesinado Julio César.

Pero lo inusual de este lugar es que ahí hay un santuario de gatos, financiado de forma privada por muchos angloparlantes, mayormente mujeres norteamericanas.

Nos contaban que los italianos en general no tienen la costumbre de tener gatos como mascotas y que si tienen uno y se cansan o aburren de cuidarlos, para ellos es muy natural tirarlos a la calle porque dan por sentado que el gato se las rebuscará solo y que ese es el hábitat natural para ellos. Pero no entienden que un gato doméstico no está acostumbrado a estar en la calle.

Lo interesante es que creen que esterilizar un gato no está bien, entonces cuando una gata está preñada, muchos se desprenden de los gatitos y no de la mejor manera: los tiran a la calle o en esas ruinas romanas (aunque esté prohibido). Entonces la labor de estas mujeres es financiar las operaciones de esterilización, buscar dueños para los gatitos, curarlos (muchos vienen con caderas o patitas quebradas por la altura desde donde los tiran) y ayudarlos a sobreponerse si es que fueron maltratados. (El romano, dicen, es muy supersticioso: Si una persona está manejando y ve que se cruza un gato negro, inmediatamente para el auto. No avanza. Espera a que aparezca otro auto para que cruce primero.)

Ya a la noche, cansados y con hambre, fuimos a un restaurante. Noté que los mozos y mozas eran gente grande, como contrapartida a Londres, donde si no todos, la inmensa mayoría son jóvenes.

Le pedimos a la moza el plato principal (sin “antipasto” – las porciones aquí son abundantes) y nos preguntó qué vino íbamos a tomar. Como ninguno de los dos tomamos alcohol, le dijimos que no, que sólo tomaríamos agua y gaseosa. Nos mandó una mirada entre sorprendida y asesina y se fue.

Comimos bien y cuando terminábamos, nos sentíamos con spaghetti hasta las orejas! La moza nos ofreció postre, le dijimos que no, gracias, que sólo un té y cuando estaba levantando todo, yo quería agarrar mi vaso con agua (que se lo estaba llevando) y la rozo o la rasguño, no sé bien qué pasó, pero ella soltó todo y derramó toda el agua sobre la mesa. Fue todo tan rápido que no me dio tiempo a pedirle disculpas, y se fue echando humo.

A los dos segundos apareció y muy tajante me dijo que “té no hay más”. Que qué más queríamos. “La cuenta”, le pedimos. La trajo, pagamos y nos fuimos.

Italia tiene fama por la historia, los monumentos, la arquitectura, la gente y, muy importante y con razón, la comida.

Pues si, la comida es rica, se come bien pero sobre todo, abundantemente. Un menú típico consiste en entrada, primer plato, segundo plato y postre.

De todas formas, para mí que provengo de familia italiana, la comida no fue “un descubrimiento”. No se diferencia en mucho a lo que comí siempre de chica y a lo que sigo comiendo y cocinando ahora. Mamá y Papá siempre cocinaron bien; en casa siempre se comieron ensaladas con cualquier tipo de hoja o verdura, siempre se comió pasta con buenas salsas; en fin, siempre se comió comida italiana.

Pero eso sí, un destacado se merecen los fiambres, los quesos y sobre todo, los jamones!!! Todos son deliciosos!

Así que cualquier persona que provenga de una “famiglia” hecha y derecha, no se sorprenderá tanto como a lo mejor otra persona que tiene otros ancestros.

Al salir del restaurante, tomamos un colectivo que nos llevó a la terminal donde nos esperaba el micro del hotel. Eran las diez y media de la noche y sentíamos que el día que terminaba había sido muy largo, cargado de esculturas, edificios y arte que disfrutamos constantemente.